Sumergirse en el mundo de la talla en madera es como entrar en un reino donde el tiempo se desvanece, y cada surco en la madera se convierte en una expresión única de creatividad. La sensación de la gubia deslizándose a través de la madera es casi meditativa, un baile cuidadoso entre la herramienta y el material. Cada viruta que cae es como un pequeño logro, un testimonio tangible del progreso.
El olor terroso de la madera recién cortada impregna el aire, envolviendo mis sentidos en una mezcla reconfortante de naturaleza y trabajo manual. Mis manos, guiadas por la visión de la forma que estoy esculpiendo, sienten la textura cambiante de la madera a medida que se revela la obra oculta dentro de ella.
La conexión con la madera es íntima; puedo percibir sus variaciones, su grano distintivo que cuenta la historia de años de crecimiento. A medida que la escultura toma forma, experimento una profunda satisfacción, como si estuviera desenterrando algo esencial que estaba destinado a existir.
El sonido rítmico de las herramientas, el suave crujir de la madera bajo la presión controlada, crea una sinfonía única que acompaña mi proceso creativo. Es un acto de creación que no solo se manifiesta en la forma final, sino que se experimenta en cada movimiento, en cada elección consciente de dar forma y vida a la madera inerte.
Tallar en madera no es simplemente crear objetos, es entrar en un diálogo silencioso con un material noble que responde a mi visión y destreza. Es un placer que va más allá del resultado final; es el viaje mismo, la danza entre la imaginación y la realidad tangible, un proceso donde la madera cobra vida en mis manos.