Cortazar y la Vespa

Cortazar

«En el verano de 1952, cuando al fin reúne el dinero suficiente, Cortázar se hace con una Vespa que le permitirá viajar a las ciudades próximas a París. En junio, ansioso de visitar Bourges, tuvo que hacer autoestop y subirse a nueve coches para completar el viaje. La moto puso fin a esos suplicios. Un muchacho médico que se volvía a la Argentina «me ha vendido su Vespa por una suma ridícula», le cuenta a su amigo Eduardo Jonquières en septiembre de ese año. «Tengo mi carte grise y empiezo a moverme en París. Te imaginas que cuando la domine, podré aprovechar los fines de semana para conocer l’Île-de-France palmo a palmo. Planeo ya viajes cortos de entretenimiento: Versailles, Fontainebleau, mi dulce Provins, Etampes, Reims, Rouren…».

La moto gastaba menos de tres litros de mezcla cada cien kilómetros, y pronto se volvió un modo de habitar la ciudad y de olvidar los problemas de un Cortázar que vivía al filo del abismo. «A veces, andando en la Vespa por el centro, me asalta una sensación de irrealidad casi angustiosa. ¿Qué es esto? ¿Qué hago yo aquí? Y entonces me río y se me pasa. El futuro se lo dejo a los empleados de banco y a los señores con planes de vida y ambiciones». La moto se convirtió en un sitio en el que sucedían cosas, como el día que llevó a Daniel Devoto, amigo de juventud, a comprar objetos de menaje a Montparnasse. Esa jornada, Daniel —que estuvo casado con Mariquiña del Valle-Inclán, hija del autor de Tirano Banderas— adquirió una enorme palangana para lavarse los pies (según decía) y poner a remojo las camisetas; dos platos de cerámica, varios tenedores y cuchillos, y una escudilla. Además, le regaló un cuchillo de abrir ostras a Cortázar, que a su vez agasajó a Devoto con un enorme jabón Cadum. «Cargados con todo esto (y un calentador eléctrico adquirido en la rue de la Gaité) nos volvimos a la Cité Universitaire en la Vespa. Puedes imaginarte el espectáculo —le contaba a Jonquières—, y lo que parecía Danny con la boina, el poncho y la palangana, instalado en el asiento trasero y agarrado de mi cintura como un ahogado a una tabla».»

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